En la temprana escena de los años 2000 los artistas reacomodaron las marcas culturales de la década pasada, inventaron formas de gestionar el arte y diseñaron estrategias políticas a la altura de la coyuntura. Surgieron proyectos en los que lo autoral se disolvió, y también se acopló. Es posible situar en ese momento el inicio de dos líneas que, aunque podrían verse como contrapuestas en varios puntos, mantienen ciertas afinidades activistas. La primera, profesionalizada de acuerdo a las agendas curatoriales y con una captura instrumental de la relación local-global. La segunda, aquella que continuó en otro ritmo las destrezas artísticas de Jorge Gumier Maier en espacios como Belleza y Felicidad, Sonoridad Amarilla y Juana de Arco. En algunos de ellos Chiachio & Giannone llevaron a cabo sus primeras exposiciones. Aquí convergen los artistas de la intimidad que, desmarcados de las narrativas centrales, aún se preguntan por la belleza y permiten el ingreso de lo real próximo de manera ingenua, con devoción y sin especulación. En sus producciones encontramos referencias al arte argentino como una conversación entre amigos y amigas, proceso que a la vez amplifica los contornos del arte hacia prácticas como la artesanía y las manualidades, carentes de estatus dentro del canon moderno. Esta línea se sostuvo gracias a un conjunto de testimonios orales, textos y experiencias que actualmente vuelven a nutrir al arte contemporáneo a partir de la pregunta por lo queer y el anacronismo.
Desde sus inicios Chiachio & Giannone formaron parte de este proceso, lo han perfeccionado tanto al punto de obsesionarse con mujeres que, como sabemos, no contaron con la misma fortuna crítica de los hombres. Sonia Delaunay, Anni Albers, Gunta Stölzl, Otti Berger y Elena Izcue son algunas de las artistas homenajeadas en esta muestra, figuras de la Bauhaus asociadas al arte textil, la enseñanza y el diseño. Pero no todo son nombres de amplio reconocimiento, el archivo blando de los artistas también involucra a costureras, profesoras de bordado y artesan*s que resisten con ingenio y sin melancolía la tecnificación de la vida. En su taller despliegan libros, catálogos, moldes, patrones, imágenes que trazan un recorrido visual que interrumpe el carácter heteronormado y algo aristocrático de la historia del arte. Utilizan planchas (no pinceles), cosen, bordan, reciclan ropas viejas, tiñen cortinas, diseñan cerámicas, profesan un camp de entrecasa que contagia todo de manera horizontal y se rebela ante las salas blancas. A diferencia de la sustracción que caracteriza a los espacios del arte, su casa y las exposiciones que piensan durante meses tienen más cercanía con las ferias, las boutiques y los talleres de oficios, ese mundo de utopías y encastres diarios donde todo es posible ya que cada pieza sobrevive en relaciones simbióticas o disparatadas.
Vale decir que en sus obras los objetos inscriptos en una clase, un origen geográfico, una actividad y, a veces, confiscados de manera estereotipada a un género pierden la identidad o devienen otro entre puntadas que ornamentan y decoran: ¡cosas de locas!
Por su abundancia, Arqueología suave nos permite tomar dimensión de cuánto han trabajado estos artistas a lo largo de una década, también nos da la chance de pensar relaciones futuras en las que lo textil se extienda hacia otras comunidades, como el Instituto Municipal de Cerámica de Avellaneda “Emilio Villafañe”, cuya dinámica experimental nuclea artistas y estudiantes de todo el país. Cuando Chiachio & Giannone lo visitaron quedaron maravillados, no sólo por el cuidado de las cosas, sino por cierta familiaridad, personas que abrazan una labor y perseveran en ella. Me arriesgo a pensar que para ellos la arqueología no es una disciplina vinculada a excavaciones que desentierran grandes monumentos de la historia material, sino un trabajo táctil, sobre la superficie, que se apropia de la liviandad, palpa texturas y abraza las labores para hacer del arte una cultura de lo cotidiano.
Francisco Lemus
Septiembre de 2017