804 Clarín Sábado 23.02.2019
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Para Chiachio & Giannone, unidad creativa de alto impacto visual y laborioso recorrido, los artistas individuales Leo Chiachio, nacido en Banfield en 1969, y Daniel Giannone, cordobés nacido en 1964, hace rato son prehistoria. Desde Estudio Abierto 2003, donde participaron con su primera obra en conjunto convocados por la curadora Ana María Battistozzi, asumieron una militancia por lo subalterno con obras de singular excelencia en la realización. Ese camino los ubica hoy entre los artistas argentinos con más trascendencia internacional.
En 2013 ganaron un premio en Aubusson, la tradicional ciudad de la tapicería en Francia que los llevó a recorrer el circuito del arte textil. Pasaron por Art Basel Miami Beach en diciembre yestán por instalarse durante tres meses en Los Ángeles, donde abren una muestra a mediados de marzo en el Museum of Latin American Art (Molaa). Allí recrearán junto a la comunidad la multitudinaria experiencia de talleres incluida en la muestra colectiva Democracia en 2018 en el CCK. Asimismo, ellos son representantes locales de un movimiento internacional e intergeneracional, que remezcla tradiciones textiles artesanales como el crochet, el bordado, el acolchado, y que en el mismo movimiento cuestiona las categorías binarias de arte y artesanía, masculino y femenino, gay y heterosexual.
Son pareja desde hace años, además. En su casa porteña del Pasaje de la Piedad, abigarrada de plantas, telas e hilos brillantes, donde trabajan juntos, conversaron con Ñ pocos días antes de viajar a California.
–¿Cómo se dieron cuenta de que tenían que trabajar juntos?
–Chiachio: Porque lo hicimos. Nos conocimos y casi a la semana comenzamos a trabajar juntos. Ambos artistas, pintores, de formación académica en las escuelas de arte… Viste cuando sabés… Nos enamoramos, vivimos juntos, teníamos que hacer eso.
–Giannone: Y coincidió que estando juntos veíamos que éramos mejores, porque nos potenciamos. A ambos nos interesaba vivir en un estado de producción permanente, que toda nuestra vida estuviera atravesada por el arte. Y no es fácil conseguir alguien que te acompañe en esa búsqueda. Ojo, tenemos discusiones, como en cualquier trabajo; pero juntos es algo que supera de dónde partimos o pensábamos que íbamos a llegar. Además, nunca estuvimos preocupados en hacer “la obra”.Nuestra prioridad era todo el tiempo estar haciendo, ya fuera pintura o bordado, porque después el resultado deviene en una obra.
–¿Y qué pasó en Estudio Abierto? ¿Qué surgió del trabajo conjunto?
–Ch: Era un juego, entonces, qué es más divertido que dos señores de treinta y pico estén jugando y eso se vea en un trabajo. Tuvimos una respuesta favorable. También se trataba de romper la individualidad, para tener un yo dividido o multiplicado. Y muchos decían: “No, pero cómo van a hacer eso, ¿y si se separan?”. No sabíamos si iba a funcionar. Estábamos jugando con fuego, y nos encantaba.
–Gi: Eso, provocar. Porque la pieza, que se llamó Hechizo, era nosotros dos desnudos, durmiendo juntos abrazados, con unos sapitos que subían al colchón y nos daban besos y nos despertaban del sueño.
–Ch: También era como un cuento del momento en que nos conocimos, ese despertar. Hay otras obras que fuimos haciendo que tienen que ver con este relato. Ahí ya estaban los chinitos niños, los próceres, los chinitos adultos, las brujas, todos nuestros personajes… Después empieza todo a irse para diferentes lugares.
–Una escena de ensoñación…
–Gi: Era empezar a contar esta historia de a dos, un poco ficcionalizada, porque nos imaginábamos estar juntos siendo viejos. O como geishas, o travestidos. De a dos era más fácil permitirse jugar, acercarse a los sueños, atreverse.
–Esto fue en 2003.
–Ch: era un momento histórico de la Argentina. Todo se iba a pique… ¡y vámonos también a la mierda! Porque, ¿qué importa? Grandes amigos se estaban yendo a vivir al exterior. “Bueno, vamos a divertirnos y si no funciona, no pasa nada”. Nos tomamos en serio pero no somos solemnes. Hicimos esa obra y los amigos, los críticos y los demás hicieron foco en eso. Vino el galerista de Sonoridad Amarilla y nos propuso una muestra. Pensamos que era con las pinturas de cada uno. Y dijo: “No, no, una obra de ustedes juntos”. Teníamos solo una pero dijimos que sí. Ahí empezamos a armar un método de trabajo, con el tiempo.
–Hablaron del juego y del tiempo. ¿Sienten que se les pasa el tiempo volando?
–Ch: Sí, las cosas que hacemos son de carácter muy detallista, obsesivo, y eso te mete en un ritmo mental.
–Gi: El tiempo del bordado no es igual al tiempo de la pintura. Para llegar a ver una pequeña imagen, en la pintura con dos pinceladas podés más o menos aproximarte, mientras que en el bordado necesitás muchísimo más tiempo. Hacemos gestos de repetición que en la sumatoria te dan una imagen. Es como un mantra y tu mente pasa a otro estadío, aunque hables…
–¿Cómo fue el pasaje de la pintura al bordado?
–Gi: Nos consideramos pintores y lo que nos seduce es el manejo del color. Es indistinto estar pintando con pinceles, óleos y acrílicos, que con agujas e hilos, porque no pensamos que bordamos, sino que pintamos con otros materiales. Y nuestra impronta gestual es la misma que tenemos como cuando pintábamos.
–Ch: Más que nada se trata de una forma de pensar el mundo.
–Gi: Eso es lo que nos caracteriza. Porque el bordador sigue un patrón, necesita saber qué punto va a ir en cada lugar de la superficie, y qué color va. Nosotros agarramos tela, la soltamos, desarmamos y mezclamos hilos… Como el pintor sobre la paleta, así vamos sacando los hilos y agujas… Inclusive mezclamos hilos creando un tercer color. Por ejemplo, un asistente nos avisa que se terminó el rojo número 232 y le decimos que siga con el 234. Y dice “¡No, pero es distinto valor!”. Justamente, no lo pensamos como bordador sino como pintura. Además, el accidente aporta.
–Ch: No creemos en los aciertos pero tampoco en los errores. Todo un devenir del trabajo, y eso después lo descubrís también como observador. Por eso también hacemos muestras: para ser espectadores de lo que hacemos.
–Decían que podría ser pintura pero es bordado. Hay una intención en abandonar la pintura, tan consagrada.
–Ch: Nosotros agarramos eso a lo que le han sacado el valor como paladines de la justicia, decimos. La pintura llega cuando el hombre se hace sedentario y sabe que ese es su espacio, pero lo primero que hace es tejer para abrigarse. Eso se desvalorizó, es lo que hacen las mujeres, es labores, algo ocupacional. Pero encontramos que nos fascinaba, entonces, ¿por qué seguir insistiendo con la pintura?
–Gi: Por otro lado, hay una responsabilidad como artistas: ¿cuánto más le podemos aportar al arte argentino como pintores?
–Ch: También hay algo de humor en lo que hacemos. Porque, digo, dos hombres: no somos dos futbolistas.
–Eligen una técnica subestimada pero, a la vez, levantan banderas como el trabajo artesanal, el género y lo doméstico.
–Ch: Está todo eso, no somos inocentes. Cuando decidimos, nosotros, dos hombres, ser una pareja, vivir juntos, que arte y vida atraviesen nuestros días, en lo hogareño entra lo doméstico, porque cuando pensás en el concepto de hogar, ¿qué pensás? En la familia heteronormal, no pensás en otra.
-Sus retratos familiares son bastante precursores de lo que pasó poco después.
–Gi: Ni pensamos que iba a venir el matrimonio igualitario.
–Ch: El arte es nuestro fortín, el lugar en donde nosotros decimos las cosas.
–Y confirmaría su carácter premonitorio.
–Ch: Eso sucedió y fue muy alucinante. Veníamos hablando de eso y de repente surge el matrimonio igualitario y fue wow, qué bueno. Pero a pesar de que existe una ley, en la sociedad no cambia de manera automática. Hay que seguir hablando. Por eso para la muestra que hicimos en el CCK elegimos hacer un relato LGBTQ (siglas inglesas de Lesbian, Gay, Bisexual, Trans & Queer) en el arte argentino o de los artistas que nos ayudaron a nosotros a ser los artistas gay maduros que somos hoy.
–Hay un cruce interesante entre las banderas marginales que tomaron y el grado de perfección deslumbrante de las obras.
–Ch: No nos conformamos con que esté bien, tiene que ser superlativo. A veces pasa, a veces no, pero estamos continuamente en eso. Queremos llamar la atención en un mundo que está repleto de imágenes. Uno trata de seducir al otro para que vaya al museo, para que lo vea.
-El taller que instalaron en la muestra “Democracia en obra” en el CCK, ¿en qué se parecía a este taller de ustedes?
–Gi: El plan fue trasladar el nuestro a una sala. Llevamos telas, planchas y tijeras, pero la idea fue cambiando y se transformó en un work in progress, o un show in progress, porque todo el tiempo se nos iban ocurriendo cosas. Algo muy nuestro también. Ahora no nos damos mucho cuenta pero con el tiempo va a haber un antes y un después del CCK. Primero, porque trabajamos con el espectador, cuando estamos acostumbrados a mostrar en ámbitos con gente que sabe de arte. Por ahí pasaron miles de personas…
–Ch: Eso nos sorprendió, porque vivimos llenos de prejuicios. Y en el CCK no sabías nunca con quién estabas hablando, fue muy genial.
–Ch: Hicimos un homenaje al recorrido de los artistas de la comunidad LGBTQ de Argentina que significaron mucho para nosotros.
–Gi: Y no éramos conscientes de que nunca se había hecho aquí esto de historizar el arte contemporáneo del lado queer.
-¿De qué se trata el lado queer?
–Ch: Hace años que venimos trabajando con John Chaich. Él armó la muestra Queer Threads, en la que somos todos artistas gays, lesbianas, etc. que trabajamos con los textiles.
–Gi: Pero no era queer, era Queer Threads el tema: había artistas que ni siquiera eran gays ni lesbianas, eran heterosexuales pero tenían una forma queer de trabajar con el material. Eso fue para mí un click.
–Ch: Que acá no existe, es imposible traducir. Porque la muestra en el CCK era sobre la democracia, y era lo que falta en la democracia, lo que debe la democracia…
–Gi: Y lo que se logró con la democracia.
–Ch: Y nosotros trabajamos con esta familia que somos y entonces la ampliamos a la comunidad LGBTQ.
–Gi: Fue un pequeño homenaje. Hay gente que trabajó mucho para que hoy estemos como estamos. Hay toda una generación que ya no está…
–Ch: Hablamos de Gumier Maier viviendo en la isla, Marcelo Pombo que está en el Chaco, Juan Stoppani que se fue a vivir a París…
–Gi: Son como nuestros abuelos, o nuestros padres, en lo queer.
–Gi: También hay un denominador común a toda esta comunidad queer… hay una intención todo el tiempo de crear proyectos de felicidad. Proyectos de más cielo y menos infierno, citando a Italo Calvino. Fue tan dura la vida…
–No sólo se dispersaron los artistas, comparten generación con muchas víctimas del VIH.
–Ch: Sí, nosotros tenemos muchos amigos que han muerto no hace mucho de sida. Entonces, sí, está eso, pero como parte de la vida también.
–Hablemos del proyecto activista de la bandera en el CCK, que querían sacar a la calle en la marcha del orgullo gay.
–Ch: En este plan de ampliar, arrancamos con el taller y en paralelo estaban los proyectos de las banderas que hicimos junto a Cecilia Koppmann, una artista que trabaja con el textil, en encuentros que hablábamos sobre diversidad, que no solo tenía que ver con el amor sino con los derechos.
–Gh: Después le pedimos a todos nuestros amigos gays, lesbianas, trans, que nos regalaran ropa… una remera, un calzoncillo, un corpiño, y armamos una bandera. Estaba la ausencia del cuerpo, porque también simbolizaba aquellos amigos que no están pero habían dejado algo. La idea era llevarla a la marcha del orgullo.
–Gi: Era enorme y pesadísima.
–Ch: Y de repente, los chicos de la “Carroza loca” ponen en Instagram que hacían una rifa para juntar dinero para la marcha. Entonces les compramos la rifa y les prestamos la bandera, la pusieron en la carroza, nosotros subimos y marchamos con todos ellos.
–Gi: Era maravilloso el gesto este de salir de la sala con la bandera, entre varios, que caminara por los pasillos y saliera por la puerta… Era darle visibilidad a la comunidad LGBTQ de artistas contemporáneos.
–¿Qué van a hacer en el Molaa?
–Ch: No sabemos qué va a pasar, pero queremos que sea un proyecto feliz como fue la muestra en el CCK. Un trabajo de construcción de esta familia expandida de artistas que tienen alguna relevancia para nosotros, como fue este relato LGBTQ acá, y va a ser así en Long Beach con la comunidad local. Ya estamos estableciendo vínculos con asociaciones de gays y lesbianas, trans, etcétera, y la idea es trabajar conjuntamente con ellos.
–Gi: Y lo más interesante, que también surge del interés de la comunidad gay de Los Ángeles, es que quieren que la bandera salga del museo y vaya a la marcha del orgullo gay en Los Ángeles.
–Mientras estuvo montada la muestra viajaron a China, ¿qué aportó a su universo tan rico en referencias?
–Ch: En 2017 recibimos una invitación a hacer un reloj para el club Swatch, una edición de 2626 relojes. Entonces Swatch nos invita a estar tres meses en una residencia de artistas en el medio de Shanghai. Fue toda una aventura, queríamos hacer todo, bordados… Y cuando llegamos dijimos “a ver, vamos a calmarnos porque es otro mundo, otra visión del mundo”. Y terminamos trabajando con las sábanas viejas del hotel y las bolsas de plástico que nos daban en el supermercado, haciendo patchwork y dibujando.
–Ya venían trabajando con materiales recuperados.
–Gi: Claro, nos interesa la idea de darle una segunda oportunidad a las cosas. Cómo producir de lo que el mundo ya te está dando. En este caso con los plásticos. En Shanghai hay de todo, pero si algo te impacta es el delivery, todo se compra por delivery, todo… De ahí el plástico a un nivel que en una semana ya no sabíamos qué hacer con todo ese packaging que teníamos. Y en cuanto a las imágenes, fuimos a lo clásico de China, porque visitábamos todos los museos, y nos pusimos a estudiar la pintura tradicional china. Era como el mundo contemporáneo con lo más antiguo de China.
–Ch: Y nosotros en el medio. La primera obra que hicimos tenía que ver con el paisaje de Shanghai. Con cada bolsa hicimos cuadraditos de 5 x 5, y terminamos haciendo una pieza como de 4 metros, un patchwork, donde cada pieza era de la bolsa del local donde alguien compró, que tenía que ver con Shanghai, entonces vos decías “ah, acá se compró los dumplings, ah, esto es Family Mart”, todos los lugares que visitábamos.
–Gi: Se llamaba Shanghai Landscape, y era como una lectura del paisaje. Todo con caracteres chinos, nosotros tampoco podíamos entender lo que decía pero ellos sí podían leer y armarse lo que fue nuestra vida en Shanghai. Qué comíamos, qué comprábamos, dónde íbamos, y también, otra cosa que nos dimos cuenta al final: era una pintura hecha con plástico.