Por Camila Do Valle
Presentar este proyecto es como presentar un nuevo espacio para que la humanidad lo habite con alegría. Un espacio donde es posible representar a la humanidad a sí misma en el que ella puede tener lo mejor: su capacidad de reinventarse a partir de sus aparentes imposibilidades, su tendencia aún no extinguida de crear vínculos a partir del afecto, su infinita competencia para crear múltiples lenguajes y, en este caso, su re-capacidad de dar a la palabra “progreso” un significado afectivo. Más que representación de un humano “desborde de alegría” carnavalesco, se trata de una representación de lo humano al humano. Pasando por Piolín…
Cuando nos referimos al movimiento que crea el MUPI, nos referimos, sobretodo, a un movimiento fundamentalmente político que tiene como objetivo crear espacios de humanidad, espacios habitables para la variada humanidad. Y espacios de humanidad son, como no podrían dejar de ser, espacios de resistencia a la avasalladora cotidianidad consumista y práctica. Llamamos, de aquí en adelante, la política relacionada con la creación del MUPI de política del afecto. Y esa también es su estética posible: propiciada a partir de la ejecución de esa política, la política del afecto, puesta en movimiento crea una estética.
Un poco de historia: Leo y Daniel viven en Buenos Aires y el Tigre. Bordan juntos y adoptan, como hijo, un perrito lleno de talentos e inteligencias llamado Piolín. Crean, para Piolín, referentes domésticos cargados de símbolos y significados estéticos/políticos a la medida que producen sus obras en su casa, con los materiales que producen y a partir de la forma como producen. Leo y Daniel son artistas plásticos en fase de hiper-producción, que se interesan, sobretodo, por el patrimonio inmaterial de los más diferentes pueblos de la humanidad (sea este patrimonio… de Japón, de la India, o de las orillas que habitan el Tigre). Transforman este patrimonio inmaterial – leyendas, representaciones de representaciones – en materia palpable: la obra constituida de bordados, dibujos, collage; todo multicolorido con los más variados soportes y desafiando la ley de lo abstracto, de lo difícil, de lo conceptual. Ellos tienen una obra, no simplemente un concepto. Sus trabajos tienen algo de onírico, de penetración en el sueño ya soñado colectivamente por tantos otros: los payasos, las brujas, los santos, las historias folclóricas. Por eso mismo, hay algo de atemporal que atraviesa las imágenes con las cuales nos deparamos. Piolín es presentado a este mundo de colores e hilos resignificando los símbolos de la humanidad y se adapta bien. Participa de la fantasía, pasa a habitar este mundo creado activamente. Interactúa alegremente con el ambiente. Leo y Daniel se encuentran en algún lugar donde está guardado el niño escondido de cada uno. Lo reconocen y lo proyectan en Piolín. La cadena se desparrama: los niños de antaño guardados y valientes se encuentran y se comunican con tanta estridencia que terminan haciendo que otros se junten. Los niños de antaño guardados con tal costo superan la frontera doméstica y ganan voz en el espacio público. Es la alquimia políticamente tan importante de la esfera doméstica, donde se procesa la vida cotidiana, convertida en cuestión pública. El modo de producción artístico – cuestión pública por excelencia- o, en otras palabras ya dichas: el sastre apareciendo en la ropa que hace – esta cuestión pública por excelencia- la temática seleccionada por los artistas, todo eso, esos elementos, se entrelazan con excelencia con la porción niño de cada uno. Piolín hace estallar esta amenaza saludable: que los niños que cada uno lleva dentro no podrán estar guardados para siempre.
Así se inicia este juego del cual hasta ahora me entero de más de 100 participantes:
100 artistas plásticos argentinos interesados en jugarlo al mismo tiempo. Y el juego continúa abierto. Moviliza esa fuerza artística de 100 personas en pro de una necesidad apremiante de una cadena de transmisión eficaz que ayude a realizar el deseo escondido de cada uno. Son más de 100 artistas relacionados en un proyecto afectivo. A este fenómeno lo llamo aquí de política: la fuerza de esos habitantes artistas de la polis moviéndose en una única dirección: la de la conexión afectiva. Eso cambia un mundo. Más que una polis. Piolín se torna, de esa forma, elemento de ligación e icono, cadena de transmisión, propiciador de comunicabilidad. Esos son los elementos constituyentes de la creación de un espacio de humanidad, espacio tan escasamente encontrado en los tiempos que corren.
El MUPI dice un poco de eso: dice que en el hacer artístico contemporáneo hay espacio para el sueño y el juego, para que el amor de cada uno sea respetado y colectivizado como algo vital, y dice que hay espacios para que obras y conceptos artísticos convivan sin prescindir del rasgo muy humano, presente no sólo en la marca de la producción y la representación, sino también, en el afecto muy concreto que se deposita en la creación artística, el rasgo, en fin, muy humano del deseo de comunicación y unión con el otro.
El Museo Piolín instaura una estética y una política del afecto, líneas de fuerza que parecen apuntar – oxalá!- para el rescate de esa tendencia del imaginario humano. En el MUPI, corazón, concepto y obra se funden en los objetos más variados, todos ellos, objetos de deseo creados para un otro, intentando expresar esa cálida herida abierta de la voluntad constante de agradar a ese otro siempre enigmático y siempre presente. Esa tentativa de expresión pasa, por regla, por la insaciable necesidad de jugar, demanda reprimida en el día a día de la multitud anónima y enumerada. La necesidad de jugar con el otro, artista con artista, un hacer en red anti-aislamiento.
Se puede decir, por la notable cantidad de nombres que se agregan al proyecto MUPI, que Piolín ya representa, a través de la muestra de que es destinatario, un hito en la afectividad porteña y un hito en la producción artística contemporánea de esta polis. Llevar adelante este proyecto, por Latinoamérica, es – parafraseando al escritor Ítalo Calvino – ampliar lo que no es infierno en este mundo. Es un proyecto con más cielo, menos infierno.
Camila do Valle
Escritora brasileña
Traducción al español
Ivana Vollaro