Se trata de una historia de amor. De puro amor[1],
canturrean Leo Chiachio (Banfield, 1969)
y Daniel Giannone (Córdoba, 1964) mientras aparean su arte. Cientos de hilos fueron seleccionados cuidadosamente como materia de las composiciones que los tienen como protagonistas. Ambos demuestran ser eximios coloristas que no temen traducir su oficio pictórico a los terrenos más secos del bordado. Se apropian de la técnica reservada antaño al género femenino y que sublimaba las fantasías de convento en manteles. Plasman las suyas en primera persona apoderándose de imaginarios diversos. Con sus semblantes falsean indistintamente iconografías religiosas, emblemas históricos o alegorías orientales. La constante es la dupla amorosa que emerge puntada a puntada.
Qué me importa haber sufrido / si ya tengo lo más bello / y me da felicidad.[2]
Sus chinitos son un ejemplo de cómo una técnica milenaria puede aprenderse exquisitamente en una vereda del barrio de Once. Bastó una lección de cinco minutos de un maestro ambulante para que L y D adquirieran la destreza en el manejo de las agujas-plumas del kit de bordado chino. Tecnología apropiada para occidentalizar las figurillas alegóricas de la abundancia y la fortuna y activar su promesa de buenaventura. Con sus sinuosos cuerpecitos cargan los canastos de alimentos y riquezas para que no falten en el hogar que los cobije. Visten orgullosos la bandera de la comunidad gay cuyos siete colores, duplicados en espejo, forman la paleta básica de las creaciones de L y D. Infantes tiernos y llenos de gracia flotan suspendidos en un prado invisible, lleno de flores de loto y otras especies extraídas impunemente de afiches publicitarios de la China revolucionaria.
Si soy algo lo debo a ti. / Mi único vicio eres tú / y necesito tenerte.[3]
‘Ya no escondo mis flores’, afirma D. Asume haber conjurado la vergüenza que le provocaban de niño las labores mariconas que le imponían en el colegio de monjas. Prolijos bordados que escondía una y otra vez en su portafolio de cuero. Ha vuelto a bordar de la mano de L, quien ha demostrado saber labrar cuerpos bellamente anónimos. En esta fusión de prácticas y deseos, los soportes surcados de las últimas producciones de L parecen haber sido sembrados con frondosas hebras. Al tiempo que los pétalos y colores de las pinturas de D han encontrado vacíos fértiles donde florecer. Alrededor de una misma tela, los tiempos aletargados de los pespuntes en compañía disparan las mentes hacia los rincones más gozosos. Imaginan situaciones, investigan, actúan, profanan imágenes para construir otras. A partir de autorretratos fotográficos personifican su propia serie de estampitas apócrifas.
El velo del fantasma del pasado / Cayendo deja todo inmaculado / Y se alza un viento tímido de amor.[4]
Los San Sebastianos hilados sobre un lienzo de jean se encadenan en una extensa genealogía icónica que podría unir, entre tantos otros, al San Sebastián de Andrea Mantegna, al de Guido Reni o al menos distante de Pablo Suárez. Conocido actualmente como el Santo Gay o la alegoría de la penetración, la imagen del santo sirvió desde el Renacimiento como medio para retratar el desnudo masculino. El mártir cristiano supo ser un joven oficial de la guardia pretoriana en el siglo III que fue condenado por sus creencias a morir atravesado por flechas. L y D reinventan la iconografía poblada de bellas anatomías viriles. Se plasman como efebos en éxtasis, maniatados a un caño del patio en lugar del árbol o pilar inmaculado. De sus cuerpos semidesnudos fluyen literales hilos de sangre. Si la hagiografía da cuenta del culto a San Sebastián contra la peste que se evidencia por el atributo de las flechas –tradicionalmente consideradas como transmisoras de plagas–, los filamentos de las flechas de esta escena parecen más bien enhebrar la mitología pagana del amor. La sensualidad martirizada de los mancebos se entrega al designio pasional de Cupido. Las líneas del bordado punto atrás, guardan gradaciones que exaltan el estudio de más flores copiadas de manuales de botánica.
Quiero que sea un respiro / este mutuo amor.[5]
Atentos a las corrientes de ternura, las apariciones ocurren en cualquier parte. Como en el fotograma ampliado para el afiche de la película ‘El Santo de la Espada’ de Leopoldo Torre Nilson en la estación Uruguay del subte B. Sin el fondo del mapa de Sudamérica como excusa, se apoderan del coqueteo de los próceres. Poco importa si concierne al encuentro entre Bolívar y San Martín, Héctor Alterio y Alfredo Alcón o L y D. La historia se vuelve un melodrama. Sin duda se trata de una escena íntima entre dos hombres. Visten sus autorretratos con los uniformes e insignias correspondientes. En lugar de hilos de oro, sus atavíos en relieve son confeccionados con hilos Mouliné, material precioso en los tiempos que corren.
Pues sin tus caprichos / yo qué haré.[6]
La técnica elegida no es caprichosa, sus procedimientos rituales guardan una carga libidinal significativa. Condensan la suavidad del trabajo paciente –como la grafía de una caricia– con la violencia de múltiples estocadas que desgarran para dejar rastro. Es el erotismo de pintar con agujas. La tela se desangra en colores textiles que se modulan con tijeras. La delicadeza del resultado contrasta con la rudeza minuciosa que se imprime en la piel de los ejecutantes. Como en un acto pasional, se necesita un tiempo de cicatrización para borrar del cuerpo las huellas de las herramientas.
La verdad es que a tu lado / es hermoso dar amor.[7]
Y así, violando el precepto del bordado solitario, ellos engendran lentamente sus propias imágenes de culto. Aun cuando parten del terreno doméstico, de la consumación de su vida juntos, sus obras no se agotan en un arte necesariamente intimista. Imprimen sensualidad sobre el catálogo imaginario universal. Atentan contra las reglas de la representación simbólica, las sofistican desde el saber competente de los sentimientos. En definitiva, cada una de sus piezas encierra en sí misma un tratado sobre el amor.
Viviana Usubiaga
Septiembre 2004 (o Maldita primavera 2004)
[1] Lucho Battisti, en disco homenaje a Mina.
[2] Roberto Carlos, ‘Amada Amante’.
[3] Raffaella Carrá, ‘Vuelve’.
[4] Lucho Battisti, Op.cit.
[5] Javiera, “Respiro”
[6] Carlo Massoni, “Sabato pomeriggio”.
[7] Roberto Carlos, Op. cit.